Editorial
En JAR estamos algo obsesionados con la importancia de la articulación. Más que preguntar qué es el arte y qué es el conocimiento, nos preocupan los procesos a través de los cuales el "arte" y el "conocimiento" se convierten en algo calificado. Si bien es cierto que los discursos se han desarrollado en grandes ciclos históricos, somos muy conscientes de que esos ciclos nunca han representado adecuadamente lo que ha sucedido sobre el terreno, ni en términos de historia del arte, ni de crítica, ni de epistemología. Esto implica que la diferencia y, en última instancia, el cambio no sólo pueden buscarse y encontrarse entre diferentes versiones de la historia, diferentes conocimientos y diferentes escuelas de arte, sino también, y sobre todo, entre estas historias, conocimientos y escuelas y las prácticas que de ellas se derivan, elevando a unos y reprimiendo a otros.
En este sentido, "investigación" es el término singular para los numerosos procesos orientados a la articulación humana y no humana mediante los cuales cambian los conocimientos y también las prácticas. Cuando hablamos de "investigación artística" queremos sugerir una inclusividad radical que pone en tela de juicio las definiciones de investigación, es decir, los presupuestos que regulan quién puede hablar y cómo. Como sugiere el término, esto incluye en primer lugar las prácticas artísticas, pero más allá de esto incluye potencialmente cualquier tipo de práctica, dado lo poco que sabemos del arte del futuro. Dicho de forma provocativa, el objetivo de la investigación artística no es añadir una contribución artística al campo de la investigación, sino liberar la investigación a través del poder simbólico del arte. El momento en que esto sucede es precisamente cuando la práctica se expone como investigación, en un acto de articulación.
En términos de ontología hay muchos problemas relacionados con esto, ya que mientras que las condiciones dan forma al conocimiento que resulta posible, el conocimiento que se ha hecho posible también se inscribe en las condiciones, y lo hace para curar la herida que la originalidad inflige a la continuidad histórica. Así pues, en la investigación artística, como parte del llamado viraje hacia la práctica, la pragmática de hacer conocimiento en las articulaciones ha sustituido a la fundamentación de la investigación en el discurso histórico, tal y como lo ofrece el conocimiento disciplinar. Así que, sí, todo es posible, pero, no: sólo lo será aquello que pueda articularse.
Sin embargo, no es sólo la investigación la que determina sus condiciones, también hay otras dinámicas en juego, por ejemplo, las del financiamiento, los privilegios y la moral. Si bien podemos ver que las cuestiones de valor se debaten en las instituciones políticas, así como en las calles, las tecnologías de articulación se han vuelto tan dominantes que ellas mismas necesitan ser más problematizadas. Tenemos que preguntarnos si un simple cambio de paradigma de articulación es suficiente, o si tenemos que prestar más atención a sus modos. Se trata de una tarea difícil, ya que podemos correr el riesgo de volver a poner la articulación al servicio de la historia en lugar de rastrear sus efectos desde el interior o, más exactamente, desde el interior siempre específico de la articulación, ya que no existe una articulación abstracta.
Para ello, parece importante comprender que la articulación no es, en primer lugar, una cuestión de aplicación de la forma. Más bien, aunque tendemos a pensar en los artículos de las revistas como objetos de comunicación, lo que se elabora puede permanecer abierto y en proceso y, por tanto, vulnerable a los efectos de la articulación. Al estar formalmente indeterminados, estos artículos se resisten -al menos parcialmente- a una comunicación transparente. Esto nos obliga a comprender que incluso en los sistemas de información no todo es igualmente accesible y que las experiencias, y no sólo la información, importan. Esta indeterminación puede mantenerse oculta o pasar desapercibida -y también podemos percibirlo en algunas presentaciones de la investigación-, pero también puede formar parte de la experiencia y, en última instancia, del significado que un artículo instala en sus lectores.
Hay, pues, un desplazamiento del conocimiento como objeto a los procesos de formación epistémica que tienen un valor más allá de ser un medio para un fin. Sin embargo, fijarse en el carácter formal del proceso también puede ser engañoso, ya que describir procesos, por muy relevantes que sean esas descripciones, no es lo mismo que poner en juego procesos. En el primer caso, el descriptor se asegura un punto de referencia fuera del proceso que se describe. Sólo si la descripción del proceso implicara el proceso de descripción se evitaría esto, pero esto llevaría el significado y la práctica de la descripción al ámbito literario.
Incluso en este sencillo caso, podemos ver cómo la negociación de la subjetividad es un aspecto importante, quizá el más importante, de la articulación. Desde este punto de vista, parece claro que eliminar el mayor número posible de presuposiciones de la articulación es una necesidad, porque limitan el campo de negociación. Por poner otro ejemplo, la autoría parece un prerrequisito para la publicación en cualquier revista académica, así como, más allá de ella, para la aceptación institucional de cualquier proyecto de investigación. En algunos casos, es evidente que la cuestión de la autoría no es importante, mientras que en otros, un lector puede encontrar que este marco debe ser abordado. Incluso si empiezo a leer un artículo con el nombre del autor claramente marcado en la parte superior, puede que termine de leerlo con la pregunta en mi mente de quién es realmente el autor o los autores de la investigación, incluyéndome a mí como lector que es autor de su comprensión, así como a los posibles autores no humanos de la investigación.
Desde un punto de vista institucional, la problematización de los marcos es importante, y podemos ver rastros de ello, por ejemplo, en las políticas diversas y en desarrollo de las nuevas revistas, incluido nuestro propio desarrollo en los últimos diez años. Sin embargo, por mucho que necesitemos mejorar los marcos y las condiciones de la investigación artística, estos desarrollos históricos no cubren toda la responsabilidad que debe asociarse a la praxis institucional. Igualmente importantes son los procesos por los que los requisitos institucionales -por muy abiertos que sean- pueden ser socavados de forma productiva, sin poner en peligro el acuerdo entre artistas e instituciones. Lo que formalmente debería ser inaceptable puede convertirse en aceptable, ya que es la articulación la que lo hace así, en el sentido que crea. Sin embargo, como ya no se trata de una cuestión de forma, es más difícil argumentar el éxito (o el fracaso) de tal trastorno formal, lo que hace que este territorio necesario sea bastante turbio. La medida en que una institución puede proteger las operaciones significativas, al margen de los criterios, es tan importante como el trabajo que invierte en mejorar lo que es. Están implicadas allí diferentes nociones de política.
Michael Schwab
Editor en jefe