Editorial
Las exposiciones son objetos imaginarios. Incluso cuando se realizan físicamente, como, por ejemplo, en la computadora, al preparar un envío para JAR, sólo funcionan cuando los elementos que componen aquello que se ensambla se unen de una forma particular. Por sí solo, cada elemento puede ofrecer numerosos puntos de entrada y significados, pero, en una constelación específica de carácter expositivo, soporta una imagen, una comprensión o, incluso, un sentido que pueden ser bastante diferentes de lo que cada elemento proporciona de manera individual. Pareciera que, por lo general, los objetos estéticos tienen este tipo de cualidad.
En principio, inyectar texto en lo anterior no es un problema. Sin embargo, ciertos modos de escritura, en lugar de contribuir a que emerja un objeto imaginario, parecen restringirlo. El problema, en este caso, no parece ser tanto lo académico. Las referencias, los contextos, las preguntas de investigación, las metodologías: todos estos elementos pueden apoyar y enriquecer los objetos imaginarios, tal como lo hacen en las ciencias. Sin embargo, cuando el texto contiene proposiciones que explican otros elementos audio-visuales, pareciera violarse alguna forma de contrato tácito y artístico. Por muy cierta que sea una afirmación, corremos el riesgo, al deletrearla, de fijar y poner algo al servicio de lo contrario a aquello que, de otra manera, podría ser posible.
En ninguna otra parte se hace esto más evidente que cuando pasamos de los resultados, a través de una discusión, a una conclusión. De hecho, pareciera que, al final de un proceso de articulación, la labor de la conclusión es la de intercambiar cualquier objeto imaginario que podamos haber obtenido por otro, literal y fáctico. Ahora bien, ¿necesitamos conclusiones, en la investigación? En lugar de sugerir que nos deshagamos por completo de ellas en la investigación artística, tal vez sea importante mirar su función de manera más detallada. Las conclusiones no sólo aplanan los objetos imaginarios, sino que, al hacerlo, también los aclaran, ofreciendo un manejo cognitivo y comunicativo de problemas que, de otra manera, serían complejos. ¿Podría ser que, en la medida en que la investigación siga siendo artística, todo puede adoptar una forma escrita, excepto la conclusión?
Si tales conclusiones artísticas fueran a congregar (con-) sin clausurar (-cludere), pareciera que su lugar no necesitaría estar al final de un pasaje, sino que podrían o, incluso, debieran mantenerse a través de la exposición. En efecto, las exposiciones siempre "concluyen", aunque de manera diferente, así como con diferente densidad e intensidad. Podría decirse que, en términos de arte, el lugar más importante para una conclusión es el comienzo, ya que es aquí donde se sugiere por primera vez el objeto imaginario de una exposición, proyectando lo que está por venir y cómo se le puede dar sentido. Sobre esta base, puede decirse que, desde el principio, una exposición entra en un juego de explicación e implicación, dando forma al objeto imaginario y detallándolo a lo largo del camino.
Pareciera ser crucial ofrecer algo simbólico al principio y al final, así como en otros momentos importantes de una exposición; esto es, pareciera ser crucial que el objeto imaginario no carezca de forma (específica). De hecho, podría ser interesante analizar específicamente las ocurrencias de lo simbólico dentro del trabajo expositivo y, desde la perspectiva de los autores, mejorar su forma cuando sea necesario o posible. Desde la perspectiva del lector, sería interesante analizar cómo estos momentos de imagen, comprensión o sentido no sólo reemplazan la conclusión más convencional, sino que también pueden ser retenidos, recordados y conectados en otros contextos.
No obstante, las capas de lo simbólico no sólo son relevantes al interior de las exposiciones, sino que estas, en cuanto formas de investigación artística, son altamente simbólicas en sí mismas. Tanto las ciencias como las artes han desarrollado históricamente tipos específicos de objetos que son reconocibles también a nivel simbólico: más allá de lo que los objetos mismos proporcionan, es lo que tienes que hacer para ganar reconocimiento profesional. Lo que se les pide a lxs investigadorxs artísticxs, por ejemplo, en situaciones de examen o en presentaciones de investigación en general, es disrumpir lo científico (después de todo eres unx artista), así como lo artístico (lo que haces debe contar como investigación). Aquí es precisamente donde la investigación artística también se encuentra a sí misma, institucionalmente, entre la escuela de arte y la universidad. Mirando hacia atrás, las últimas décadas de investigación artística podrían caracterizarse como una fase de incertidumbre simbólica. ¿Cómo se vuelven reconocibles la investigación artística y lxs investigadorxs artísticxs, si, simbólicamente, no se ajustan a una u otra expectativa?
En el momento actual, en lugar de anticipar soluciones singulares a nivel tanto personal como institucional acerca de cómo se vería hacer investigación artística, pareciera ser más útil ver que esta involucra y utiliza lo simbólico de una manera mucho más amplia. Puede observarse a lxs investigadorxs artísticxs intercambiando posibles formas simbólicas para su investigación de un lado a otro, así como dentro y fuera de ellas; cada una pareciendo estar allí para un propósito específico que nunca encapsula la totalidad de su trabajo. Las exposiciones, y esta sería su propia cualidad cuasi simbólica, permiten una multitud de formas, cuando, por ejemplo, las páginas de presentación artística se intercalan con páginas de escritura académica o reflexiva; aunque con la salvedad de que no hay una distribución ideal de la forma; no hay un plan formal para las exposiciones exitosas, sino sólo el sentido de que la exposición se logra (o no) en cuanto objeto imaginario
Michael Schwab
Editor en Jefe